#NiUnaMenos Celia tenía 9 años

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EN HONOR A CELIA.
Celia tenía nueve años, sus pies agrietados por caminar descalza, sus ropas rasgadas y sucias, su cabello despeinado. La madre de Celia había muerto muy joven; a los treinta. Su fallecimiento fue un misterio, se ahorcó. Algunos decían que su propio marido la había ahorcado pero nunca se supo la verdad. El padre se Celia se llamaba Pedro, era un hombre pobre y alcohólico que cuidaba del rancho que había heredado mi abuela cuando ella era una jovencita recién casada. Por ser su herencia, le tocaba pagar las rayas de Pedro, Celia y otros pocos peones que cuidaban del rancho.
Celia, tenía nueve años, sí ya sé que ya lo dije pero lo que aún no dije es que le zurcía la ropa a su padre y además debía darle puntualmente los tres alimentos que preparaba con pura intuición con los escasos productos que tenían para comer: frijoles, arroz, calabaza, maíz, tomate y chile. Básicamente lo que daba la milpa del ranchito de las Chichipicas.
Celia debía cumplir ante su padre el papel de esposa, le recogía de la cantina cuando él tambaleándose de borracho no podía andar de pie o yacía tumbado en alguna esquina. Mientras los tiernos brazos de Celia le cargaban debía escuchar los insultos que su padre le propinaba “Celia eres muy fea” le decía cada tanto como si su papel de padre fuera deslavar su ya pálida autoestima. Eres pobre y fea, le decía. ¿Quién va quererte como esposa si cocinas mal, estás fea y eres pobre? Le hacía “ver” su padre para entrenarla a enfrentar el destino que le había preparado la vida.
Celia debía cumplir el papel de esposa con su padre. Sí también esta vez sé que ya lo dije, pero no dije aún que su papel de esposa incluía la violación constante, la golpiza, la penetración sexual, los insultos, la humillación. Celia no miraba a nadie a los ojos, sentía vergüenza de haber nacido, de que alguien descubriera en sus ojos sus penas, sus pecados, su tristeza.
Mi abuela que en ese entonces tenía tres hijos pequeños batallaba para pagar las rayas de su herencia. Cuando escuchaba cada quincena que tocaban la puerta ya sabía quienes eran y como le molestaba tener que hacer ese gasto los hacía esperar al rayo del sol. Pasadas las horas y cayendo la tarde salía por fin con el dinero para pagarles. Los pies de Celia estaban abiertos como geranios, más agrietados que la misma tierra seca.
Pasado el tiempo mi abuela vendió ese rancho, ya se había olvidado de Celia. Entonces fue que la vida la hizo madurar con sus propias penas y entendió que había tenido frente a sí a una niña pequeña de apenas nueve años que sufría, que no miraba a la gente por vergüenza. Asimiló que se había hecho ciega ante lo evidente, le indignó su omisión ante los hechos y lamentó cada minuto que Celia pasó bajo el sol esperando la raya.

Dejó encargados a sus ahora seis hijos, cogió su coche y fue al barrio donde quedaba el rancho, preguntó por ella. Fue casa por casa, armada con un sobre de dinero, una maleta con ropa buena y limpia, con la intensión de rescatar a Celia, llevársela a donde fuera pero llevársela de ahí.
“La Celia se casó” le dijeron los vecinos. Hizo cuentas, Celia tendría apenas quince años ¿A dónde vive ahora? Preguntó mi abuela con aun la esperanza de encontrarla para reconocer su error frente a ella. “Se fue al barrio del Calvario” le dijo finalmente una señora. Mi abuela dio un paso hacia adelante para acercarse a preguntar señas, decidida a hallarla. Antes de poder preguntar más, la señora se interpuso. “Celia ya no vive señora, el marido la apuñaló”.
Las lágrimas de mi abuela rodaron por sus mejillas, sus pies se tambalearon, con duras penas se metió al coche y lloró.
#NiUnaMenos

Gracias por contarme tus penas abuela, yo sé que aun te duele y te he visto llorar más de cincuenta años después por Celia.

Autor: JICALZADA
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Escuela de la Vida
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Julia Ines CALZADA
Fundadora de “Escuela de La Vida”, contenidos que inspiran a la creación colectiva y a la reinvención del individuo.