CREER EN EL ÉXITO MÁS QUE EN EL AMOR

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Carta de Eva, Marzo 2016.

Hace más de 7 años conocí a Emiliano, un hombre 7 años mayor que yo, generoso, amable, dulce y compatible en risas, músicas y sueños. Empezamos a ser novios recién cuando yo había terminado una relación con quien a los ojos de todos era un príncipe azul pero en la realidad no podría sostener una conversación conmigo sobre cualquier otro tema que no fuera fútbol o fiestas.
Emiliano llegó a mi vida con una nueva propuesta. Su primer acercamiento hacia mí fue un auténtico interés por conversar, por conocerme. Le interesaba mi manera de ser y no solo eso, parecía disfrutar mis gustos como si él mismo fuera yo. Con él me sentí importante de verdad para alguien. Por primera vez mi opinión valía de algo, mis gustos por la naturaleza y la cultura eran relevantes y mis antojos culinarios eran para él eran casi un deber que cumplir. ¿Les ha pasado tener un amor que sienten honestamente que les hace felices hacerlos feliz? Pues ese era Emiliano.
Ahora que lo recuerdo, me corren rápidas y silenciosas las lágrimas desde adentro hasta perderse en mi cuello. El amaba la vida y la naturaleza tanto como yo. Cantamos, nos reímos, viajamos, nos enamoramos. Era tal el amor que Emiliano tuvo a bien proponerme casarnos cuanto antes.
Mi familia no lo aceptó. Mi hermana ni siquiera lo saludaba de mano. Mi padre no lo invitó a pasar a la casa el día que se lo llevé a presentar y lo recibió en el jardín. ¿Todo porqué? La grosería de mis parientes no tenía ningún otro fundamento mayor a que para ellos “Él no les parecía suficientemente bueno para mí”
Posiblemente porque no era europeo, rubio de ojos azules como el anterior o porque conducía una camioneta pick up en vez de un convertible. Emiliano era hombre mexicano, algo desarreglado y de buen cuerpo. Trabajador, comprometido con su arquitectura ambiental, pero no parecía ser suficiente bueno a los ojos de mi padre.
Yo, todavía inmadura y sin saber defender mis convicciones, permití que la arrogancia de pensar “merezco alguien mejor” apagara mi certeza. Le di licencia a la duda para entrar en mi mente, deslavando la claridad que el amor de Emiliano me hacía sentir. Hoy reconozco que destruí la felicidad que había sido creada para mí.
Años pasaron con un corazón-desierto, soledades y tristezas para entender que la mayor parte de las veces, la fuente de la infelicidad son nuestras propias creencias. Nuestra idea de lo que merecemos nos hace desdichados pues ponemos en las apariencias externas, el valor por nosotros mismos. Como pensamos que la pareja es reflejo de nosotros y lo que nosotros somos no nos gusta, queremos alguien mejor. La vida pues, está empañada de falsedades, deseos superficiales, prejuicios dolorosos. La fuente de estas creencias es nuestra familia, la escuela, los amigos, la televisión. Si en el núcleo familiar no hay un sólido principio de aceptación, buscaremos que nos acpeten aunque en el camino sacrifiquemos nuestra verdad, nuestra esencia y hasta nuestro amor. Debemos tener mucho valor para defender nuestra felicidad de los prejuicios y convicción para entender que una buena pareja no es la que parece que está " A tu altura" ni el éxito es tener dinero, nuestra felicidad jamás estará en tener lo que los demás creen que yo merezco. La felicidad está en entregarnos con constancia y certeza a quienes amamos, a lo que amamos hacer y a quienes nos aman.

ESCUELA DE LA VIDA
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Julia Ines CALZADA
Fundadora de “Escuela de La Vida”, contenidos que inspiran a la creación colectiva y a la reinvención del individuo.